¿PONERSE EL TRAJE?

viernes, 25 de julio de 2014
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Esta semana miré una película argentina en la que actúa, entre otros, Gastón Pauls haciendo un personaje llamado Goldstein. Goldstein es un bohemio que vive en una casa humilde, no le importan las formalidades, hace lo que quiere y es feliz de esa manera. La cuestión es que en determinado momento empieza a salir con una mujer mucho más fina y formal que él: Pero según el personaje hay un problema: "Me conoció encaretado, afeitado y de traje". Toda la relación se da en esos términos, el personaje fingiendo algo que no es, metiéndose cada vez más en un ámbito que no le gusta: restaurantes finos, salidas formales, charlas sin contenido. 
Después de la cuarta cita y habiendo conocido la casa (y seguramente percibido la verdadera vida) de Goldstein, la mujer pierde todo interés en la relación, y el personaje narra que esa noche se vio caminando solo por Corrientes, vestido de traje y corbata, con algo en la cabeza que lo perturbaba. Lo que más le dolía no era haber perdido esa relación que fue efímera y seguramente no representara nada en su vida, lo que más le dolía era haberse puesto el traje, haber negado su verdadero ser para caer bien o complacer a otro. Esta escena, desde un lugar de metáfora ayuda a reflexionar sobre la cantidad de veces que en la vida nos "ponemos el traje".
Es verdad que hay algunos ámbitos donde el caer bien es importante, y no nos podemos sacar el traje: el trabajo por ejemplo trae implícito bancarse a gente que no soportamos, los estudios también, muchas instancias de la vida en sociedad implican formalismos, un trato cordial y callarse verdades. Pero fuera de eso: ¿Hasta qué punto vale la pena ponerse el traje? ¿Cuánto puede durar una amistad en la que sólo tenemos el traje de amigos pero no tenemos nada en común si nos abrimos? ¿Cómo es luego de un tiempo una relación en la que uno o los dos se pusieron el traje inicialmente para encajar?
Lo importante no es relacionarnos con personas que sean iguales a nosotros, que compartan todos nuestros gustos, creencias y valores. Lo importante es relacionarnos con personas que no tengan puesto el traje, que se muestren tal cual son. ¿Acaso no es mejor un amigo que nos dice cosas que no queremos escuchar, que alguien que sólo asiente ante cada cosa que hacemos? ¿No son mejores las charlas con aquellos que desde la sinceridad y la convicción nos intentan mostrar que estamos equivocados, que las conversaciones sin sentido entre personas condescendientes? ¿No es mejor una relación amorosa en la que las dos personas saben de antemano que tienen diferencias, que una en la que ambos niegan sus convicciones para acomodar su vida en base al otro? 
No hay un punto más valioso en cualquier relación entre personas, que el darse cuenta de que con alguien podemos "ser quienes somos". Nuestros amigos están donde no tenemos que usar traje. Nadie tiene la necesidad de mostrarse de traje frente a sus amigos. Los maquillajes, las apariencias, las formalidades nos pueden llevar por dos caminos: vivir toda la vida de una manera que no queremos, o caerse después de un tiempo revelando la verdad. 
Tarde o temprano y por más linda que sea, la corbata termina siendo molesta.

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INSTRUCCIONES PARA ELEGIR EN UN PICADO

lunes, 21 de julio de 2014
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Cuando un grupo de amigos no enrolados en ningún equipo, se reúnen para jugar, tiene lugar una emocionante ceremonia destinada a establecer quiénes integrarán los dos bandos. 
Generalmente dos jugadores se enfrentan en un sorteo o pisada y luego cada uno de ellos elige alternadamente a cada uno de sus compañeros. 
Se supone que los más diestros serán elegidos en los primeros turnos, quedando para el final los troncos. 
Pocos han reparado en el contenido dramático de estos lances. El hombre que está esperando ser elegido vive una situación que rara vez se da en la vida: sabrá de un modo brutal y exacto en qué medida lo aceptan o lo rechazan. Sin eufemismos, conocerá su verdadera posición en el grupo. A lo largo de los años, muchos futbolistas advierten su decadencia, conforme su elección sea cada vez más demorada. 
Manuel Mandeb, que casi siempre oficiaba de elector, observó que sus decisiones no siempre recaían sobre los más hábiles. En un principio se creyó poseedor de vaya a saber qué sutilezas de orden técnico, que le hacían preferir compañeros que reunían… ciertas cualidades. 
Pero un día comprendió que lo que en verdad deseaba, era jugar con sus amigos más queridos. Por eso elegía siempre a los que estaban más cerca de su corazón, aunque no fueran los más capaces. 
El criterio de Mandeb parece apenas sentimental, pero es también estratégico: uno juega mejor con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo perdonarán. 
Un equipo de hombres (y mujeres) que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, más vale compartir la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños o los indeseables.


Autor: Alejandro Dolina
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